La paternidad empieza mucho antes de que nazca un hijo: cuando se decide. Entonces se empieza a fantasear sobre rasgos físicos y de personalidad del niño, a proyectar deseos de compartir aficiones, a planificar su futuro. Junto al deseo de ser padre, surge el de sentirse capaz de asumir responsabilidades, de comprometerse a acompañar al nuevo ser en su andadura por la vida.
El padre asume entonces la creativa empresa de educar, de pensar siempre por el bien del otro, de acercar
el mundo a su hijo, de traducírselo, de explicárselo lo mejor que sabe. Su
papel será de guía, que no de compañero igual. Porque el niño, como una planta
para que crezca recta, tiene que ser guiado, con flexibilidad con empatía, pero
con firmeza de criterio. El niño necesita sentirse supervisado, tener a alguien
que le organice, le sugiera, le oriente. Si su padre se sitúa a su altura, como
«colega», se resentirá psicológicamente. El niño necesita sentir la autoridad moral del padre
para tener ganas de crecer y, más tarde, poder ser, a su vez, padre o madre.
Es el primer psicólogo
El padre es maestro emocional,
enseña a través de su amor el amor por los otros, por las cosas. Con su
dedicación altruista, enseña a amar, a dar su tiempo, transmite sus
ideas, sus recuerdos, sus vivencias, su experiencia, sus valores, su ética. Es
el primer psicólogo del hijo: le enseña a escuchar, a pensar en posibles alternativas, ingenia
métodos para quitar miedos y complejos. Abre el mundo de los sentidos: enseña a mirar, a oler, a tocar, a oír, a
degustar... Enseña a crecer: a caminar, dormir, comer, sufrir, disfrutar,
quererse...
Es el agente de salud primario
Es el agente de salud
primario: enseña hábitos de cuidado, alimentación, aseo, sueño, higiene y seguridad. El padre es asistente de los maestros, es el que transmite el interés por la lectura,
repasa los deberes,
pregunta los exámenes, inventa métodos de estudio, cuenta aquello que es útil y no está escrito en
los libros. Es maestro en la transmisión oral: las canciones, los villancicos, los cuentos,
las tradiciones familiares y locales... Es el primer entrenador deportivo: el que enseña a inflar las ruedas de la bici,
ponerse los patines...
Figura de referencia para el hijo
De manera que se convierte
en la figura de referencia para el hijo, a la que este siempre va a acudir, con
la que se va a identificar y que le va a dar estabilidad emocional para abrirse
al mundo, para socializarse. Y esta es una de las funciones más difíciles del
padre, la de abrir al mundo a su hijo, aportando su experiencia y sirviéndole
de modelo, enseñarle a seguir las normas, a incorporar la disciplina, el sentido del deber, a reflexionar sobre ello, a asumir consecuencias,
a ser responsable de sus actos, a tomar decisiones con criterio.
Y es que hacernos responsables de nuestros actos nos confirma como personas
capaces de tomar decisiones, de tener confianza para buscar nuestro propio
camino, de atrevernos a ser independientes, de sentirnos respetados por
nuestras propias decisiones y de sentir respeto por nosotros mismos.
Esto se forja desde la infancia, cuando el padre se atreve a aportar al mundo
con orgullo su mayor obra de arte: su hijo. Porque la función principal del
padre es la de «soltar el hilo de la cometa», la de aceptar que sus hijos son
personas de su familia, con características comunes a él, pero personas
diferentes, con otras ideas, otros esquemas, otra personalidad y sus propios proyectos, no la continuación, la
consecución ni la contraposición de los suyos.
Autora: María del Mar
García Orgaz Psicóloga infantil
Fuente:
http://www.conmishijos.com